domingo, 27 de marzo de 2011

Guerra de Malvinas 25 años

Un debate incómodo

En 1982 la guerra dividió aguas entre los intelectuales argentinos. Algunas pocas voces dentro del país y algunas más desde el exilio tomaron distancia del fervor nacionalista. Hoy, 25 años después, la discusión sobre Malvinas sigue despertando viejos y nuevos desencuentros

Es como mirarse en un espejo ingrato. Durante 25 años, la sociedad argentina, sus políticos y también sus pensadores más lúcidos han chocado con el recuerdo de una guerra que primero se festejó de manera casi unánime como un acto de justicia histórica, luego se reinterpretó como la locura final de una dictadura decadente y enferma de poder, y con ese formato se la fue ubicando en un rincón lejano de la memoria.

Aislado el recuerdo traumático, el imperativo de recuperar las Malvinas reaparece cíclicamente en la agenda de prioridades de los gobiernos. Nadie imagina que un presidente argentino pueda plantearse en una tribuna -o, más a la moda, un atril- y renunciar al reclamo de soberanía. Pero igual de insólito suena cuando no ya un político sino un intelectual intenta abrir un debate crítico sobre lo que las islas significan hoy para la Argentina. Y lo que significaron en el pasado.
Justamente, es ese debate a fondo sobre Malvinas lo que está ausente, incluso en un momento político en que se impulsa con fuerza una revisión histórica, cultural y hasta judicial de la violencia de los años 70 y del papel de la dictadura. Desde el poder, el presidente Néstor Kirchner ha marcado en discursos conmemorativos del 2 de abril la supuesta diferencia entre "los valerosos oficiales" que pelearon en las islas y "los criminales" que secuestraron, torturaron y asesinaron a sus enemigos políticos.
"Desde 1983 se hizo una revisión a medias de lo que pasó en Malvinas", sostiene el historiador Luis Alberto Romero. Según él, la explicación de que la guerra fue sólo una irresponsable decisión de las Fuerzas Armadas, relega un debate que debería involucrar a toda la sociedad: "La pregunta que debería hacerse es si lo que los militares hicieron mal fue ir a la guerra o haberla perdido".
Autor del reciente Sal en las heridas: las Malvinas en la cultura argentina contemporánea(Sudamericana), el sociólogo Vicente Palermo aguijonea con un concepto provocador: "Las Malvinas son un capricho malo y caro para la Argentina. Más allá de los títulos que el país pueda presentar, no vemos la realidad y cómo nos afecta en términos de inserción internacional, confianza y desarrollo tecnológico". Y plantea que se requiere una intervención intelectual, porque "la sociedad está abierta a percepciones diferentes" sobre lo que pasó y sobre el futuro de la relación con las islas.
Pero es una propuesta incómoda. Y en gran medida eso se debe al debate original de 1982; a la reacción de euforia casi unánime con la ilusión de que las Malvinas volvían a ser argentinas. La guerra contó hasta con respaldos inesperados de intelectuales de izquierda exiliados por estar bajo amenaza de la dictadura. En la visión de esos sectores de la izquierda, la recuperación de las islas era un golpe a la política imperial expresada por Gran Bretaña y permitía soñar con un "renacimiento de la causa popular" que acabara por debilitar y destruir a la dictadura.
Un ejemplo llamativo del fervor que había despertado la guerra fue el documento firmado por 20 intelectuales exiliados en México, entre los que figuraban José Aricó, el recientemente fallecido Juan Carlos Portantiero, José Nun (actual secretario de Cultura de la Nación) y Emilio de Ipola. Aclaraban que reivindicar "en la actual situación la indiscutible soberanía argentina sobre las Malvinas" no implicaba "echar un manto de olvido" sobre la política de la dictadura. Pero sostenían: "Tras 149 años de reclamos continuados y de 17 años de negociaciones infructuosas, la dictadura militar argentina tomó imprevista e inconsultamente entre sus manos una reivindicación nacional que no por eso ha dejado de ser justa".
El actual senador Rodolfo Terragno fue otro de los intelectuales perseguidos por el gobierno militar que apoyó el desembarco en las islas. Como periodista, cubrió el conflicto desde Londres para El Diario de Caracas y escribió allí: "Si las Malvinas se reintegraran definitivamente, eso representará la satisfacción de un ideal colectivo". Tomaba también el argumento por el cual una victoria abriría el camino a un cambio, en contraposición a la explicación recurrente (después de la derrota) de que la operación Malvinas había sido sólo un manotazo de ahogado del dictador Galtieri para inyectarle años al Proceso.
Hoy Terragno explica su posición: "No hay ninguna duda de que la ocupación de las islas no fue un error. Permitió que se abrieran negociaciones con posibilidad de avances concretos. El error fue haberse quedado a dar una guerra sin posibilidades de ganar". Como político, prefiere centrarse en "soluciones prácticas más que en visiones intelectuales".
Desde el exilio, una de las pocas voces críticas hacia la guerra había partido de un pensador emblemático de la izquierda argentina, León Rozitchner. En pleno desarrollo del conflicto, escribió casi sin pausa una obra que se tituló Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia , en la que cuestionó amargamente a los intelectuales progresistas que, según él, "se dejaban usar por la derecha" en el intento por ocultar los crímenes cometidos por la dictadura.
"El gobierno militar necesitaba conquistar un lugar en la población para esconder el genocidio. Y para eso despertó un viejo deseo que recibimos los argentinos desde la escuela. A mí me dolía ver que mucha gente de la izquierda, víctima también de la dictadura, no percibiera esto", recuerda hoy, a sus 83 años, en diálogo con LA NACION.
Rozitchner explica a su manera por qué nunca volvió a abrirse un debate sobre lo que significó Malvinas: "La derecha y la izquierda quieren que haya silencio. Malvinas fue una encrucijada importante en la vida argentina y todavía no ha sido dilucidada".
¿Y cómo era el debate intelectual dentro del país durante la guerra? "Ahora parece que nadie hubiera estado a favor. Hay mucho de selección perceptiva, pero en esa época, quien pensaba distinto a la posición dominante terminaba como un marginal", dice el historiador Carlos Floria. Y destaca también cómo el componente antiimperialista colaboró en la construcción de ese apoyo paradójico, que incluyó los extremos ideológicos.
Los focos de resistencia crítica hacia la guerra dentro del país se comunicaban por una suerte de red clandestina, como recuerda Carlos Altamirano, entonces miembro del consejo directivo de Punto de Vista, publicación que dirige Beatriz Sarlo y que mantuvo durante aquellos años, como forma de oposición, un "silencio militante" durante los meses del conflicto (similar a ese otro gran silencio que produjeron durante el mundial de fútbol de 1982. Fue Altamirano quien escribió en la revista un recordado editorial posterior a la derrota en el que expuso duras consideraciones sobre todo el proceso de la guerra y sobre quienes la respaldaron. Pero años después no se excluyó de la autocrítica: "Aun quienes nos oponíamos a la guerra nos reconocíamos en el supuesto de la causa justa, aunque rechazáramos las posiciones que extraían de allí los motivos para dar sostén a la acción del gobierno del general Galtieri", sostuvo en una reflexión sobre la guerra que dictó en la Universidad de Princeton en el 2004.
Tras la derrota, la posición dominante fue "la desmalvinización", término que se le atribuye al intelectual francés Alain Rouquié, hombre que supo aconsejar al gobierno de Raúl Alfonsín. En síntesis: la Argentina necesitaba olvidar la derrota para reconstruirse como nación democrática. No fue difícil inculcar la idea en una sociedad que se había volcado a las calles para celebrar la recuperación del "territorio irredento" de la patria.
"La derrota fue seguida de un impresionante proceso de desmemoria forzada, y por eso todavía hoy no se sabe si celebrar o llorar aquel episodio desdichado", indica el escritor Mempo Giardinelli. Lo prueba, dice, lo que ha ocurrido con las conmemoraciones de cada aniversario: "Con Alfonsín se recordó la derrota como un aniversario luctuoso, cada 10 de mayo. Con Menem la fecha fue un feriado bastante anodino. Con De la Rúa los militares consiguieron que se recordara el 2 de abril (día del desembarco). Retroceso sutil que implica negar la derrota para seguir falsificando".
Rozitchner opina que "el silenciamiento de Malvinas" forma parte de un proceso más amplio. "Lo que pasó con las islas empezó a mostrar la verdad de lo que está en juego. La Argentina en los años subsiguientes siguió perdiendo soberanía de una manera nunca tan acentuada, con las privatizaciones y la venta de tierras. Hoy se mantiene la posición acerca de la soberanía de las islas pero no se está planteando recuperar el fundamento sustancial de la Patria".
Desde otra concepción, la antropóloga Rosana Guber, autora del ensayo ¿Por qué Malvinas? , considera que hubo un "olvido premeditado como castigo a los conductores del único episodio en que Malvinas ingresó en el campo interno". Es decir, que las islas pudieron siempre encarnar "una unidad inexistente de la Nación y una esencia idealizada", en un país cruzado por las divisiones y las tragedias políticas. La concepción de guerra absurda surge, entonces, como una respuesta a esa necesidad de mantener virgen el concepto de Malvinas como "símbolo de unidad comunitaria".
Romero enfoca el componente nacionalista que subyace en los argentinos y que complica un debate racional sobre Malvinas. "El viejo nacionalismo soberbio todavía da buenos frutos en política. Hay un trauma nacionalista, que se calienta o se enfría según la conveniencia. Pero todavía no hemos sido lo suficientemente maduros para enfrentar esta cuestión desde una perspectiva diferente", apela.
En esa sintonía, Palermo señala la existencia de un mandato nacionalista del que es sacrílego salirse. "Para darle un sentido cívico y republicano a lo que pasó hay que repensarlo abiertamente. Incluso cuando se habla de las víctimas. No es bueno decir que hay un compromiso de sangre con la idea de recuperar las islas. Los que murieron no nos obligan a seguir el camino de los que los mandaron a morir. Eso no es pisotear la memoria, sino buscar entendernos y mejorar como sociedad", dice.
Terragno disiente de punta a punta con esa visión: "Mantener el reclamo de soberanía es ser coherente con nuestra historia y no causa ningún perjuicio internacional a la Argentina. La persistencia de un foco de conflicto no es buena para el país, como tampoco lo es para Gran Bretaña y para los isleños. Justamente por eso se hace necesario no abandonar la discusión".
Pero la voluntad política no siempre coincide con la repercusión social. "Si los diarios y la tele no mencionaran el asunto por 24 horas, casi nadie se acordaría de aquella tragedia -opina Giardinelli-. Es lamentable, pero es así. La mayoría de los argentinos prefiere no recordar esa guerra. Y me parece que ello se debe a un sentimiento de vergüenza íntima por haber aceptado un engaño tan doloroso". Y agrega: "Para los argentinos es un imperativo histórico recuperar las islas. Pero ésa no es la cuestión. La cuestión es cómo recuperarlas frente a la soberbia británica, el resentimiento de los malvinenses y la estupidez menemista de la década pasada".
Mirar hacia adelante, reinterpretar la historia, profundizar el reclamo de soberanía, asumir la vergüenza de haber apoyado una aventura alocada Cada pregunta sobre Malvinas dispara respuestas apasionadas, un cuarto de siglo después del drama bélico. Es un pasado muy doloroso y huérfano de vencedores como para permitir una revisión racional. Pero es también un pasado que todavía interroga a la esencia misma del alma argentina.
Por Martín Rodríguez Yebra 

viernes, 25 de marzo de 2011

HERMINIO SÁNCHEZ: El primer Intendente de la Democracia Recuperada.


Herminio Sánchez había nacido en 1926, militó desde muy joven dentro de las filas de la Unión Cívica Radical del Pueblo. Fue candidato a concejal en varias oportunidades por la UCR,.
 En 1983 fue impulsado como intendente del departamento de San Martín  por el grupo interno que por esos momentos hegemonizara al radicalismo, el Movimiento de Renovación y Cambio, liderado a nivel nacional por el doctor Raúl Alfonsín. La primavera alfonsinista dejo una avalancha de votos que llevaron a convertir en gobernador de Mendoza a Santiago Llaver y como intendente de San Martín a Don Herminio Emeterio Sánchez, quien tenía como oficio la mecánica del automotor. Eran tiempos de la transición de la dictadura a la democracia, ante una sociedad cargada de expectativas de un futuro mejor.
Desde la gestión, Sánchez impulso la construcción de una decena de barrios, se preocupo por el tendido de la red de gas natural, de la modernización del parque automotor y de la reparación de puentes con problemas de vieja data. Además de prestar los servicios municipales básicos. En la medida en que se centraba en la gestión municipal fue alejándose del entramado partidarios y políticos que lo llevaron al poder Algunos pensaban que su postura partidaria había cambiado: "a mí me eligió la gente y me debo a ella" repetía a sus íntimos en tono desafiante y tomando distancia del comité partidario.
 Concluyo su gestión como intendente en 1987 y aunque posteriormente intento reiniciar su carrera política como candidato a concejal en repetidas veces no logró acceder a dicho cargo En diciembre de 2008 a 25 años de haber asumido como intendente fue homenajeado por el concejo deliberante del departamento en un acto austero pero emotivo.
Tuvo dos hijos y durante muchos años, continúo ejerciendo su profesión de mecánico, fue vecino del 5to Barrio Empleados de Comercio de la Ciudad cabecera de San Martín, demostrando una austeridad incuestionable.
Sus últimos meses los paso internado en un geriátrico del departamento, visitado por familiares y un reducido numero de amistades. Falleció el 13 de junio de 2010, en la pobreza y en medio de una total olvido e indiferencia por parte de la ciudadanía del departamento.
Sus restos descansan en el cementerio de Buen Orden.

El Congreso podría obligar a los candidatos a la Presidencia a que debatan

Los diputados Gustavo Ferrari y Gerardo Milman presentaron proyectos de ley para que los aspirantes a la Casa Rosada expongan sus propuestas por TV con el objetivo de que la sociedad conozca sus ideas. Los debates presidenciales, una deuda en la Argentina

"Para el caso en que alguno o ninguno de los candidatos a la Presidencia de la Naciónno concurran al debate, se prevé la sanción de no otorgamiento de los fondos que la ley 25.600 asegura a las fuerzas políticas para la campaña".
Así se indica en los fundamentos del proyecto del diputado Gerardo Milman, quien impulsa la obligatoriedad de polemizar por televisión.
El legislador del bloque de Margarita Stolbizer propone esta medida, vía modificación de la ley 19.945 (Código Electoral Nacional), sólo en caso de que hubiera segunda vuelta tras las elecciones presidenciales del 23 de octubre. De esta manera, debatirían los dos candidatos más votados.
Por su parte, el denarvaísta Gustavo Ferrari ingresó en la Cámara baja un proyecto de ley para que los candidatos a Presidente y vicepresidente oficializados participen “de un debate público en el que expondrán a la ciudadanía, la plataforma electoral de la agrupación política por la cual se postulan”.
La Comisión de Asuntos Constitucionales tiene las dos propuestas que pueden ser debatidas, si hay voluntad política, antes de las elecciones para que pueda aplicarse este año.